lunes, 20 de agosto de 2007

Panfleto n º1

Contra los timbres de las puertas
En una era de avances tecnológicos sin precedentes los arquitectos han decidido perseverar en el error insistiendo en presentar en el frente de las casas el diabólico artefacto creado con el único propósito de comunicar a quien se encuentra en el interior de la vivienda la presencia de alguien o algo que desde el exterior reclama con urgencia atención a sus requerimientos. Podría parecer que tal artefacto es un invento de caracter noble cuyo valor reside en juntar a las personas más allá de la distancia que las separa momentáneamente, y sin embargo en su supuesta virtud reside aquello que lo hace reprochable. La difusa nobleza del timbre, maléfico invento al que me refiero, que avisa a quien de otro modo no se daría por aludido de que alguien lo está buscando, pasa más por su escasa sofisticación, dado que se trata de un invento de caracter rudimentario, que por los beneficios que aporta a los habitantes de las casas. Es evidente que en una época de tantos y tan acelerados avances tecnológicos, un artefacto tan práctico y al mismo tiempo sencillo parecería un modelo a imitar, ya que cumple su función con escasa deficiencia y a la hora de necesitar ser reparado no insume ni muchos gastos ni demasiado tiempo, con lo cual se trasforma en el invento ideal para un hombre que no tiene demasiado dinero ni tiempo para desperdiciar en arreglos. De ahí procede el supuesto carácter noble del invento, que no es tal.
A lo que contribuye sin ninguna duda tal artefacto es a la propagación del estrés, que se ha convertido en un mal endémico de nuestra época. De alguna manera el timbre es el mayor responsable de este mal, que no hizo su debut con las nuevas tecnologías informáticas, sino mucho antes, con la precaria pila voltaica. El estrés, una enfermedad paradojal si las hay, ya que aparece como manifestación de una falta de reposo adecuado, consecuencia de una sobreexigencia exacerbada por la competición entre pares, es estimulado por los continuos reclamos a una constante atención que el individuo debe ser capaz de sostener. Aun cuando el individuo pretenda aislarse del mundo, será el timbre de su casa, ese maléfico invento, soldado siempre presto a la batalla, quien presentará pelea con la intención de conquistar la atención menguada.